9.- El espejo del mar de Joseph Conrad

03.08.2012 15:32

 

    Joseph Conrad (Teodor Józef Konrad Nalecz Korzeniowski) nació en Berdyczóf (entonces Polonia y actualmente Ucrania) el 3 de diciembre de 1857 y murió, de un ataque al corazón, en Bishopsbourne, Inglaterra el 3 de agosto de 1924.

   Su padre combinaba la actividad literaria como escritor y traductor de Shakespeare y de Victor Hugo con el activismo político del nacionalismo polaco, objeto de la represión del régimen zarista, actividades que le acarrearon una condena a trabajos forzados en Siberia. La madre murió de tuberculosis durante los años de exilio, seguida cuatro años más tarde por el padre, a quien se le había permitido volver a Cracovia.

    Huérfano a los doce años, Conrad hubo de trasladarse a la casa de su tío Thaddeusa a Lvov, ciudad entonces bajo administración del imperio austro-húngaro, y luego a Cracovia donde estudió secundaria. Pero a los 17 años, hastiado de la vida estudiantil, viajó hasta Italia y luego a Marsella para terminar enrolándose como marinero a bordo del buque "Mont Blanc" en 1875. Esa experiencia cambiaría su vida ya que con ella nacería una pasión por la aventura, los viajes, el mundo de la mar y los barcos, una pasión que no abandonaría jamás. Apenas se conocen datos de los siguientes cuatro años. De esa etapa, que él se empeñó siempre en mantener en penumbra, se ha documentado, no obstante, un viaje por el Caribe, su apoyo activo al legitimismo bonapartista, cierto asunto de contrabando de armas a favor de los carlistas españoles (del que extrajo algún pasaje para su relato de El Tremolino) y, según parece, hasta un intento de suicidio por razones amorosas.

    En 1878 se trasladó a Inglaterra y trabajó como tripulante en barcos de cabotaje en los puertos de Lowestof y Newcastle, ocupando sus ratos libres a bordo con una afición un tanto sorprendente para un joven marinero extranjero, la lectura de Shakespeare, lo que le permitió, con sólo 21 años, un amplio dominio del idioma inglés, lengua en la que escribió toda su obra y en la que se consagraría como uno de sus autores clásicos. Se debe recordar que la lingua franca de la gente culta en la época era el francés, la tercera lengua de Conrad, tras el polaco y el ruso, de manera que es altamente notorio que Conrad pudiera escribir de manera tan fluida y efectiva en su cuarta lengua.

    Tras obtener la nacionalidad inglesa, pudo presentarse a los exámenes de aptitud de oficial de la marina mercante británica, navegando en el "Duke of Sutherland", "Highland Forest", "Loch Etive", "Narcissus" y "Palestine". Luego obtuvo el título de capitán, cargo que desempeñó en los barcos "Torrens" y "Otago", éste último de bandera australiana.

    En el último cuarto del siglo XIX el imperio británico llegó a su máxima expansión. Las necesidades del comercio marítimo a gran escala y larga distancia entre la metrópoli y el rosario de colonias, factorías y puertos de todas las costas del mundo, junto con las nuevas tecnologías de la siderurgia y el perfeccionamiento de la máquina de vapor, ocasionaron una crisis en la técnica secular de la navegación impulsada por el viento. Los barcos de vela —pese al romántico canto de cisne de los rápidos clippers— eran incapaces de competir contra la velocidad, capacidad de carga y mayor fiabilidad de transporte en los grandes vapores de acero. Enfrentado a la encrucijada de esos dos mundos que se ignoraban sin comprenderse —uno dominado por el imprevisible capricho del viento y la dura técnica de la navegación a vela y el otro esclavizado por la puntualidad y la deshumanización de la vida a bordo—, Conrad tomó partido ardiente por el primero. Aunque sabía que estaba irremisiblemente condenado a sucumbir, su mayor valor fue legarnos esa irrepetible galería de tipos humanos, armadores, oficiales, capitanes, marineros, etc., que le han convertido en uno de los clásicos de la literatura del mar. Como reconoce él mismo en el prólogo de El espejo del mar, fue gracias al bagaje vital adquirido durante sus años como marino, los episodios vividos durante esa época, los tipos humanos que pudo conocer y las historias que oyó en puerto o durante las largas travesías, los que modelaron ese universo geográfico y moral donde el individuo aparece confrontado en solitario a las fuerzas desatadas de una naturaleza hostil y amenazadora.

    Tras escribir su primera novela La locura de Almayer en 1894, a la vuelta de su último viaje a Australia, conoció a su futura mujer, Jessie George, con la que se casó dos años después. Abandonó la mar y se estableció en el sur de Inglaterra, donde se dedicó exclusivamente a la literatura. Trabajó para la Editorial Unwin, más tarde para el editor Pinker y después para la English Review. En 1896 se publicó Un paria de las islas  y al año siguiente, SalvamentoEl Negro del Narcissus y Una avanzada del progreso.

    Durante estos años conoció a Rudyard Kipling,  Henry James y H.G. Wells. En 1898 pasó dificultades económicas debido a su afición al juego, por lo que trató infructuosamente de regresar a la mar. En 1900 escribió Tifón y Lord Jim, novela en la que evoca el traumático accidente sufrido a bordo del vapor "Palestine" que estuvo a punto de costarle la vida.

    Los años siguientes verán la publicación, con suerte desigual de NostromoEl espejo del mar y El agente secreto. No obstante sufría de depresiones y otros problemas de salud, además de dificultades económicas. En 1914, durante un viaje por Polonia, estalló la primera guerra mundial y los Conrad tuvieron que regresar a Inglaterra vía Austria e Italia. En 1916 el Almirantazgo le encargó diversas comisiones de reconocimiento por varios puertos británicos.

    Al término de la guerra se trasladó a Córcega y en 1923 viajó a Estados Unidos. Poco antes de morir aún tuvo tiempo para rechazar un título nobiliario que le ofrecía la corona británica.

    Fue un escritor extraordinario que supo describir como nadie la vida a bordo de los grandes veleros del siglo XIX.

    El espejo del mar (The mirror of the seas) es, en mi opinión, la obra que mejor refleja los sentimientos de todos aquellos que han navegado a bordo de buques mercantes o de veleros y, en general, de todos los que aman la mar y los barcos.

    He aquí dos párrafos significativos:

 

    “Los temporales tiene su propia personalidad, y, después de todo, tal vez ello no sea extraño; pues, al fin y al cabo, son adversarios cuyas artimañas debe uno desbaratar, cuya violencia debe uno resistir, y con los que, sin embargo, ha de vivir en la intimidad de las noches y los días”.

 

   “Sí, un barco quiere que se lo mime con conocimiento de causa. Uno debe tratar con comprensiva consideración los misterios de su naturaleza femenina, y entonces él estará a nuestro lado, fielmente, en nuestra incesante lucha contra fuerzas ante las que no avergüenza salir derrotado. Es una relación seria, aquella en la que un hombre vela celosamente por su barco. Este tiene sus derechos igual que si pudiera respirar y hablar; y de hecho hay barcos que, por el hombre que lo merezca, harán cualquier cosa, como dice el refrán, menos hablar.

    Un barco no es un esclavo. No hay que forzarlo en una mar gruesa, no hay que olvidar nunca que uno le debe la mayor parte de sus ideas, de su habilidad, de su amor propio. Si uno recuerda esa obligación naturalmente y sin esfuerzo, como si fuera un sentimiento instintivo de su propia vida interior, el barco navegará, aguantará, correrá por uno mientras pueda, o, como un ave marina cuando va a reposar sobre las enfurecidas olas, capeará el temporal más fuerte que jamás le haya hecho a uno dudar de si vivirá lo bastante para volver a ver salir el sol”.

 

    Los párrafos anteriores son de una edición de 1981 de Ediciones Orbis para la colección “Biblioteca del mar” con la magnífica traducción de Javier Marias.

    El tema de las traducciones no es un asunto baladí: una magnífica obra puede convertirse en pésima debido a una mala traducción. Leí hace muchos años una traducción al español de la novela “The Rover” que me pareció bastante mala. Al poco tiempo leí otra traducción del mismo libro, y esta vez me pareció sublime. El título de la obra se había traducido en una como “El hermano de la costa” y en la otra como “El pirata”. Desgraciadamente no recuerdo las editoriales y tampoco cual de los dos es el bueno, pero en verdad que eran dos libros completamente distintos.

Román Sánchez Morata - Agosto de 2012

 

Ver también : 17.- Juventud de Joseph Conrad

Fuentes:

https://es.wikipedia.org                                      

https://www.biografiasyvidas.com

https://topics.nytimes.com

https://www.librerianauticasanesteban.com